En el Pequeño Potala hay dos normas básicas y de obligado cumplimiento,
1- Nadie se pone en pie antes de las seis de la mañana, hora en la que una suave música hará de despertador. Límite máximo de salida, las ocho de la mañana.
2- Sólo encienden y apagan las luces los hospitaleros
A la hora prevista suena el Ave Maria de Schubert pero está tan alto que la habitación parece un after awer y despertamos asustados. A mitad de la canción el vinilo se raya y empieza a repetirse. Nos entra la risa. Carlos sube a encender la luz.
Cuando bajamos a desayunar sólo quedamos en el albergue los malagueños ciclistas, el compañero de la coreana que sigue en la cama y nosotros. El desayuno es bueno y variado, aunque no comemos mucho dado que hay que empezar a subir desde la misma puerta del albergue.
Carlos nos cuenta las tres alternativas que tenemos.
1. Subir por el camino hacia la Faba
2. Subir por la antigua carretera hasta La Laguna. Son 9.5 km
3. Subir por la carretera nacional con varios km de más pero es la alternativa más suave.
Empezamos a pedalear cuando aún es de noche, el cielo clarea pero la carretera está oscura. Dejamos atrás el pueblo con nombre de cuento y nos vamos hacia la aldea donde las nieves pasan el invierno “O’Cebreiro”.
Llegamos a Las Herrerias y allí una mujer nos dice que no temamos al monte, que todos vamos con mucho miedo pero que no es tan malo como lo pintan.
No llevamos miedo, no nos acongojan estos retos, confiamos en nosotros, de una manera u otra llegaremos arriba con más o menos esfuerzo. La dureza no sólo la marca el camino sino los limites que nosotros mismos nos imponemos. No hay que crear barreras que no existen o convertirlas en infranqueables antes de tiempo aunque tampoco hay que infravalorar los obstaculos ni creer que somos invencibles. Si sabemos combinar ambas cosas, podemos conseguir cualquier propósito.