A las cuatro y media de la mañana han salido los primeros peregrinos del albergue, seguramente cansados de la banda sonora con la que nos fuimos a la cama. A las seis empieza la segunda parte del ruiderío de bolsas. Nosotros recogemos todas las cosas y las bajamos a la cocina, queremos preparar nuestras alforjas sin molestar a los que aún están durmiendo.
Nos choca que los peregrinos que están allí hablen en voz alta como si estuvieran en su casa sin importarles lo más mínimo que haya compañeros descansando todavía, Nos dan ganas de llamarles la atención porque son españoles y los entendemos, pero seguimos a lo nuestro en silencio.
El colmo de los colmos es ver como una de ellos se prepara los pies pinchándose las ampollas encima de la mesa, poniendo las gasas ensangrentadas donde otros acaban de desayunar y donde otros lo harán después. Ni siquiera se molestan en coger un paño y limpiar sus microbios , baja los pies y a otra cosa mariposa. Nos miramos con incredulidad.
Aun continúa la fiesta en la calle. Como no hay claridad suficiente buscamos un lugar donde desayunar y el único que encontramos fue el mismo donde habíamos cenado. Un café y algo de bollería. Nos vamos.
Nos habían aconsejado no seguir el trazado original del camino hasta Tiebas. Son diez km de caminos de cabra cuesta arriba y llenos de roderas y correntones secos. Una trampa para las bicicletas.
Tenemos dos opciones, ir por las pistas del Canal o por la carretera NA-234. Tal y como nos avisó Pvelmor, el acceso a las pistas está cerrado con candados, así es que carreterita para adelante.
No hay apenas tráfico, es llana y a veces con tendencia a bajar, se pedalea de maravilla. Hace fresquito y la piel lo agradece porque estamos abrasados de ayer. Entretenemos la marcha con una animada conversación.